27 nov 2009

Integral de Peuterey (I)



Fue viendo un documental de "Al filo de lo imposible" sobre la Integral de Peuterey cuando surgió la idea de realizar la travesía hasta la cumbre más alta de los alpes. No me costó mucho convencer a Dani para que me acompañara, pues los dos andábamos buscando un objetivo para el verano. Ya desde Madrid comenzamos el ataque en estilo alpino, con lo mínimo, sin cuerdas fijas ni porteadores, del tirón! La primera noche la pasamos junto a las vias del tren en una estación del norte de Italia. Nuestro aspecto ya en la primera noche tendría que ser tan desesperado que hasta un indigente que venía de recoger ropa por los contenedores nos ofreció una de las mantas que acababa de encontrar. La segunda noche la pasamos también en la calle, cerca de la parada de autobuses de Courmayer. Cada vez estábamos mas cerca de la cima! A la mañana siguiente, tras consultar el parte meteorológico y comprar comida para los próximos dias, subimos a Purtud para, esta vez sí, desplegar la tienda y dormir en un Camping!Vaya lujo: bancos, comedor, ducha... hasta rocódromo para quitarse el mono y ping-pong para pasar las horas muertas.

La aventura de verdad comenzó al día siguiente. Después de esconder la mitad del material y meter la otra mitad en la mochila de ataque, salimos, esta vez más ligeros, hacia el refugio Borrelli. Al legar comprobamos que no íbamos a ser los únicos en la arista los próximos dias. Las condiciones en la vía era idóneas, daban cinco días de buen tiempo y temperaturas altas. Estaba claro que nos acompañarian unos cuantos. A parte de nosotros habían otros dos chavales españoles, dos guias suizos con cara de estar curtidos en mil batallas y otros dos italianos que a juzgar por sus mochilas se veía que venian preparados pasar mucho tiempo en la arista. Por los costados de la mochila asomaban, entre otros bártulos, una pala de nieve, dos estacas y un buen puñado de tornillos de hielo. Más tarde, mientras el resto terminaba de cenar y nosotros intentábamos aclimatarnos a marchas forzadas llegaron tres españoles más de Zamora. Esto se parecía cada vez más a la ruta normal! A las 3 de la mañana sonó nuestro despertador. Para entonces la cordada más joven de españoles ya se encontraba en las inmediaciones de la pared y los suizos y los italianos estaban terminando de desayunar. Los zamoranos eran los únicos que se despertaron poco después de nosotros. Fueron también los últimos por detrás nuestra en comenzar la escalada hacia las cinco y media de la mañana, justo cuando los primeros rayos de sol empezaban a mostrarnos el camino hacia la primera de las puntas. Con una cuerda de 8 mm encordados a 30 metros de distancia, unos pies de gato, un puñado de friends y una mochila de unos 12 kilos empezamos a escalar en ensamble. Pronto alcanzamos la cordada de italianos, después a los españoles y por último a los suizos. Todos progresaban por largos y las dos últimas cordadas que adelantamos lo hacían además con botas. Así pues no tardamos mucho en ser los primeros en aquella “carrera” por la cima. Continuamos en ensamble hasta las inmediaciones de la primera aguja, la punta Bífida, donde debido a un pequeño embarque tuvimos que hacer algún largo más vertical que ya rozaría el sexto grado. Pese a este contratiempo pronto retomamos la tónica de escalada en ensamble, alcanzando las siguientes dos puntas en poco tiempo. En este tramo perdimos de vista al resto de cordadas. Al día siguiente tan solo seríamos capaces de divisar a la cordada suiza.

A partir de la Punta Bich comenzamos a progresar por largos, pues es aquí donde se encuentran las tiradas de mayor dificultad, aunque estas en realidad no pasan del V+. Una vez alcanzada la cima de la misma seguimos en ensamble hasta llegar a lo mas alto de la Aiguille Noire, en torno a las cinco de la tarde. Sabíamos que si seguíamos a ese ritmo podríamos llegar al Bivac Cravieri en el día. Por eso mismo apenas paramos cuando llegamos a la cima. Hasta la Donna se giró asombrada para ver que hacíamos cuando comprobó que en lugar de sentarnos junto a ella, como hace la mayoría, nos fuimos directamente a los rápeles. El descenso nos llevó algo más de dos horas, y por suerte durante la bajada encontramos algo de agua. Sin embargo salía muy poca y tan sólo pudimos llenar media botella.

“Tanto bajar para ahora volver a subir”. Esto es lo que se me pasaba por la cabeza mientras comenzábamos el ascenso hasta la base de las Dames Anglaises. Terreno más fácil pero más suelto. Tanto fue así que en este tramo una de las cuerdas se llevó un buen tajo en la camisa al desprenderse un bloque. Por suerte Dani salió ileso. El cansancio iba haciendo mella y ahora si que íbamos lentos. Se hizo de noche justo en la cima de la primera aguja. A partir de entonces la oscuridad se alió con nuestras cuerdas para alargarnos los rápeles. En casi cada uno de ellos se nos enredaban los cabos irremediablemente. Tras rodear la segunda de las puntas y miles de injurias en cada uno de los rápeles conseguimos llegar al maldito bivac alrededor de la una y media de la mañana. Estábamos tan cansados que apenas llegar nos metimos en el saco de dormir. La bolsa de pasta que con tanto cariño nos había acompañado hasta este punto tuvo que resignarse y esperar en la mochila por falta de agua para cocinar. En su lugar dimos cuenta del queso, pan y frutos secos.


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