16 sept 2009

De vuelta en Vega Urriello

La primera vez que fui al Naranjo de Bulnes con intenciones de escalar fue hace mas o menos 4 años. Aún recuerdo estar ahí sentado sobre la pradera de Vega Urriello mirando aquel meño de color ocre con una mezcla de admiración y sobrecogimiento. Nunca había visto una pared tan vertical ni tan alta, igual que nunca había estado observando un muro de piedra durante tanto tiempo. Ciertamente no había otra pared que me fascinara tanto. Frente a ella se sentía uno minúsculo, vulnerable, insignificante. La sola idea de intentar surcar aquel muro producía escalofríos.

Para cuando llegué a Vega Urriello aquel verano, ya me había puesto al tanto de toda su historia. Desde un facsímil relatando la primera escalada al Naranjo escrita por el Marqués de Villaviciosa, hasta la escalada en libre del Pilar del Cantábrico por los hermanos Pou y las aperturas de los murcianos en los 70 y 80. La lectura de esas grandes aventuras escritas por la punta de lanza del alpinismo español no hacían más que agrandar ese aura de magnificencia e invencibilidad que ya por sus dimensiones se merecía. Aquella montaña estaba llena de simbolismo.

Nuetro objetivo aquel verano estaba muy claro: subir por la cara Oeste, la más impresionante, imponente y difícil de todas. Teniendo en cuenta que por aquel entonces no haciamos más de 6a a vista y 6b a duras penas, se podría decir que nos habíamos marcado un objetivo bastante ambicioso. Aún así nos sentíamos preparados. Aquella ascensión debería de algún modo dar sentido a todos esos años de escalada hasta el momento. Es decir, dos.

Y entonces llegó el día esperado. La noche anterior apenas pegué ojo y durante la corta aproximación la respiración se entrecortaba por el nerviosismo. El primer largo de la Murciana, nuestra via, era probablemente el más fácil. Me tocó a mi. Estaba como un flan. Por mi cabeza pasaban muchos pensamientos. Demasiados. De algún modo todo ese respeto por la pared se había transformado en un lastre que no me dejaba concentrarme. A pesar de la tensión, el largo era tan fácil que resultaba dificil cometer un error, llegando a la primera reunión sin mayores consecuencias. Los siguientes tres largos hasta después del desplome se los repartieron Álvaro y Dani. Poco a poco la escalada iba requiriendo de mayor concentración y el ir de segundo me permitía ir más relajado, disfrutando más cada largo. A cada reunión que alcanzabamos se diluía un poco más el mito del Naranjo. La tensión del principio se fue transformando en una mayor confianza y los titubeos iniciales fueron desapareciendo. Pronto llegamos a mitad de pared y entonces noté que todos esos miedos iniciales habían desaparecido. Habíamos superado la parte más complicada. Era un magnífico día de verano y lo más fácil estaba por delante. Los largos superiores fueron los mejores y sus generosos agarres nos permitían recrearnos en cada movimiento. El último largo de la Murciana es probablemente otro de los largos más fáciles de toda la vía. Me tocó a mí. Nada me distraía. A pesar de las distancias entre seguros y la altura me resultó fácil escalar aquel largo. Se acababa de completar un sueño. Se acababa de caer un mito. Todas esas historias sobre épicas ascensiones y espectaculares rescates que hacían parecer al Naranjo una montaña inaccesible. Las dimensiones de la montaña, tal vez la más espectacular que había visto hasta el momento. En mi conciencia se había asentado la incertidumbre ya antes de comenzar la escalada. Me había dejado influir por las historias de otros. Por la impresión de ver una pared de semejantes magnitudes. Durante la escalada conseguí demostrarme a mi mismo que todas esos miedos eran infundados.

Unos dias más tarde fuimos a la Rabadá-Navarro. Tras quedarnos dormidos por la mañana y embarcarnos justo antes de llegar al largo de la travesía acabamos escapando por los rápeles de la Murciana. A pesar de no haber podido terminar la ruta, el respeto que me infundía la pared tan sólo unas semanas atrás había desaparecido. Al día siguiente fuimos a Áviles y nos emborrachamos hasta las 7 de la mañana.

Desde aquella última vez hasta este mes de julio no había vuelto a pasar por Vega Urriello. La pared ya no me parecía tan impresionante como antaño. La mayoría de sus rutas mucho más asequibles que antes. Por desgracia esta vez sólo tenía un fin de semana en lugar de dos semanas. Aún así nos dió tiempo a escalar la Leiva y la Cherokee Way y disfrutar de la calidad de su roca, tan difícil de encontrar en otras escuelas.



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2 sept 2009

Lejos de los gilipollas

Hace unos tres años, Christian Ravier y Joan María Vendrell abrieron una via en Ordesa, que de no ser por su nombre seguramente habría pasado desapercibida a mi atención. La via en cuestión se llama Lejos de los gilipollas. Lo cierto es que no se exactamente cual fue el motivo que llevó a los aperturistas a escoger este nombre, aunque sin lugar a dudas este da pie a cientos de hipótesis. Tras la última visita a Ordesa, Dani y yo tuvimos la suerte (o tal vez desgracia) de vivir uno de esos episodios que te llevan a entender porque los aperturistas ponen nombres tan característicos a ciertas vias.

Era una medianoche de Junio y Dani y yo nos encontrábamos terminando de cenar en el Parking de la Pradera de Ordesa, junto al coche, con un gran despliegue de medios. Entre otros cervezas, una hamaca, todo tipo de comestibles y hasta una bombona de butano. En todo el parking éramos los únicos que estábamos despiertos. Lo cierto es que habría sido más prudente haberse ido a dormir más pronto teniendo en cuenta que al dia siguiente había que levantarse pronto para ir a escalar, pero que le vamos hacer, a ninguno de los dos se nos da bien este aspecto del alpinismo. En ese momento hizo su aparación un vehículo de la Guardia Civil, y haciendo rugir el motor de su Patrol se dirigió hacia el primer vehículo que apareció en su camino: el nuestro. Con el motor todavía en marcha se bajaron de su interior dos agentes y se dirigeron hacia nosotros. Cuando se acercaron y comprobaron el panorama, les quedó claro que no estábamos durmiendo y que no nos podrian dar esa multa que habían venido a recetarnos. Asi pues y de forma educada nos invitaron a dormir esa noche en la pradera, pues al no estar al tanto de la normativa vigente consideraron que mereciamos una noche de condonación. A cambio tan solo nos pidieron que nos identificáramos, y nosotros, pensando que se trataba de un rutinario control de DNIs accedimos sin vacilar. Acto seguido volvieron al Patrol y se pararon frente al siguiente vehículo. Armados con sus linternas y dando golpes en las ventanillas fueron levantando a todos sus ocupantes como si de traficantes se tratasen. Estaban cometiendo un delito demasiado grave que no debería quedar impune: estaban durmiendo en el parking. Todos los que allí estaban durmiendo aquella noche recibieron la cálida visita de esos dos agentes con fines recaudatorios, que mucho difieren de los motivos medioambientales a los que apelan.

Felices por haber salido indemnes por poco de aquella injusticia continuamos escalando aquel fin de semana por las paredes del Gallinero. Primero la Rabadá/Navarro y al dia siguiente la Zarathrusta nos hicieron disfrutar como un tonto con un lápiz en nuestro bautismo ordesiano. De verdad que fue un fin de semana redondo en cuanto a escalada se refiere. Los recuerdos de aquellos techos y todo ese patio nos acompañó durante todo el viaje de vuelta. Estábamos contentos.

La sorpresa llegó un mes mas tarde en forma de multa. Se nos acusaban unos hechos que no habían acaecido. Nuestra ingenuidad nos había hecho víctimas de un gobierno con ansias recaudatorias en época de crisis. Pese a haber recurrido la sentencia, las esperanzas son mínimas, pues no tenemos pruebas definitivas que hagan veraz nuestra versión, y mucho dudo que los agentes se retracten de aquella sucia jugada.

Asi pues, nuestro único consuelo probablemente sea volver a las paredes de Ordesa para escalar la citada vía de Ravier y comprobar si de esta manera podremos sentir ese distanciamiento al que hace alusión el nombre de la vía. Si es así, mucho me temo que con el tiempo acabará convirtiéndose en una clásica muy repetida.

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