Sette de Aprile
Después de bajar del Badile nos siguió una semana de lluvia, algo que habría sido bastante desesperante si no fuese porque en las dos semanas anteriores no habia llovido ni un solo dia, asi que no nos podiamos quejar. Aún así, justo el último dia antes de que me volviera decidimos ir a probar suerte y hacer una via en artificial, pues con el agua que habia caido en los últimos dias las paredes permanecerían un buen tiempo mojadas, como así fue. Asi nos decantamos por la via Sette de Aprile, en el Pappagallo. Esta via, de unos 200 metros con dificultades de 6a/A1+ comienza por una fisura desplomada que se va cegando a medida que pierde verticalidad, para alcanzar un diedro evidente a mitad de pared, por el que continua durante otros dos largos.
Como de costumbre llegamos a pie de vía mas tarde de lo planeado, nos pusimos los arneses y nos echamos a suertes el reparto de largos. El primero me tocaría a mi. Comencé con unos pasos medio en libre medio en artifo para llegar al techo propiamente dicho. A partir de aquí fui colgándome de los cacharros hasta un punto donde la fisura dejaba de desplomar y se podía seguir en libre fácil. Asi que coloqué el último seguro, recogí los estribos y subí en libre sin meter seguros durante unos 4 metros hasta un puente de roca donde ya había una cinta. La chapé y seguí por terreno igualmente fácil, otros 5 metros hasta otro puente de roca igualmente enhebrado, aunque con una cinta mucho más ponzoñosa que la anterior. Estaba claro que no iba a aguantar una caída, pero pensé que por lo menos aguantaría mi peso, asi que chapé la cinta y me colgué con los estribos para alcanzar un clavo que se encontraba un poco más arriba, el cúal si que parecía más sólido. Cúal fue mi sorpresa que según avanzaba sobre los estribos noté un pequeñó resbalón, como si se hubiera deshecho un nudo o algo parecido. En esto que decido revisar la cinta ponzoñosa de la que estoy colgando, y antes de darme cuenta estoy cayendo al vacío, gritando a la vez que pierdo altura, casi de forma inconsciente. Cuando quise darme cuenta ya me había parado. El vuelo había durado un poco más de lo previsto. La cuerda me detuvo 20 metros más abajo, entre las ramas de los árboles, a escasos 5 metros del suelo, sano y salvo y con una subidón de adrenalina en el cuerpo.
Justo después de volar. El último seguro esta donde la sombra deja paso a la luz. Ahora multiplica por dos...
Al mirar hacia arriba me di cuenta de lo que había pasado: para empezar, la cinta ponzoñosa de la que estaba colgando antes de volar resultó ser mucho más mierdera de lo que pensé en un primer momento y ni siquiera pudo aguantar mi miserable peso; después de haber estado dos semanas en el monte, mal comido y con más cara de alimaña que de persona era probable que el arnés pesara más que yo (aún así se ve que subestimé el peso de los friends...). Esto desencadenó un viaje vertical que en condiciones normales acabaría 10 metros más abajo, frenado por el puente de roca que habia chapado anteriormente. Pero no, esta otra cinta, hermana tal vez de la primera, decidió traicionarme de igual manera para regalarme otros 8 metros de caída libre. Por fin, un fisurero amigo mío se portó y decidió que ya era suficiente, parándome a unos 4 o 5 metros del suelo, cerquita de un boquiabierto Dani que nada pudo hacer para evitar ver como su compañero se metía el vuelo de su vida.
Por suerte no pasó absolutamente nada. Fue una caida limpia, y a excepción de un portamaterial que petó al penetrar entre las ramas no tenía ni un rasguño. De coña.
Todavía con la adrenalina en el cuerpo baje al suelo, recogí lo que se había caído y sin pararme mucho a pensar volví a subir para terminar el largo, que evidentemente cosí a seguros. El resto de la vía nos la turnamos con mas miedo que vergüenza. Con todo el tiempo perdido era evidente que no íbamos a acabar de día, asi que tuvimos que abandonar a mitad de vía, acompañados por una ligera lluvia que nos invitaba a olvidar aquella escalada.
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